Carta a mis 30

Querido 30, fuiste el año más retador que he tenido. Tú eres la década de las otras primeras veces; las que no siempre sorprenden gratamente, pero de las que te hacen crecer.

Carta a mis 30

Querido 30, fuiste el año más retador que he tenido.

¿Te acuerdas de esa carta que escribí sobre las primeras veces? Sobre cómo la magia de las primeras veces es un gran regalo a los 20.

Me doy cuenta, 30, de que tú eres la década de las otras primeras veces; las que no siempre sorprenden gratamente, pero de las que te hacen crecer.

A los 30 renuncié por primera vez a un lugar al que anhelé mucho llegar: dar clases en la UNAM. Decidí que ahora quería dedicarme a enseñar desde otros espacios. Le tengo mucha gratitud a la institución; pero mi amor verdadero está en la enseñanza y el aprendizaje, no en las aulas.

A los 30 me despidieron por primera vez, de un lugar que me sacó del círculo del periodismo y me enseñó que hay muchos mundos por conocer y conquistar. Aprendí que una etiqueta no te define, y que puedes ser lo que quieras ser, como una barbie girl. Qué para eso no hay una edad adecuada, sólo una actitud de humildad y crecimiento.

A los 30 me dio mi primera migraña. Recuerdo cómo desperté con la sensación de vómito y con un fuerte dolor de cabeza. Me enseñaste a escuchar a mi cuerpo. A darle su lugar a las emociones. A hablar de ellas, tanto que hasta inicié mi podcast.

A los 30, decidí descansar por primera vez con conciencia. Sin presionarme de más cuando no es necesario. Me enseñaste que mi “sin cara” siempre va a querer alimentarse de logros, pero que por más grandes que sean, nunca se va a sentir satisfecho. Su cuerpo se alimenta de logros, pero su corazón sólo busca compañía.

Mi compañía, no el reconocimiento externo.

A los 30 dejé de juzgar muchas cosas que juzgaba a mis 20. Sobre todo, de mí. Me di permiso de fallar, de terminar lo que cultivé por años para darle espacio a tierra fértil para cosechar sueños distintos.

A los 30 me concilié con el cambio. No siempre voy a querer las mismas cosas. Me voy a encontrar en varios momentos negando ideas pasadas, escupiéndole a viejos pensamientos y repensando. No vine a ser coherente frente a los ojos de otros, sino a ser coherente conmigo.

A los 30 me reconcilié con mis padres y con mi hermano. Observé con compasión nuestros errores como familia y abracé de nuevo mi lugar seguro. Me recordaste que siempre los tengo a ellos. Y que cada uno hace lo mejor que puede, con las herramientas que tiene en un momento específico.

A los 30, dejé de preocuparme tanto por lo que opinan otras personas. Me reconcilié con ser una persona apasionada y a dejar de sentir culpa cuando otros se aprovechan de eso. Qué los límites los pongo yo, para mi propio bienestar. Y que mi personalidad está bien, aun si soy la más callada o la más gritona en el cuarto. Soy ambas, porque soy una persona infinita.

Querido 30. ¿Te acuerdas de hace un año? Estaba muy asustada cuando llegaste a mi vida; porque sabía que querías empujarme a la incomodidad.  Sabía que no ibas a quedarte callado. Sabía que ibas a venir con tus reflexiones, con tus sacudidas y hasta con tus literales dolores de cabeza.

Y ya sé que no debería decírtelo, pero qué bueno que terminamos ya nuestra relación de tormento. Porque nos espera una década juntos.

Tardé casi un año en dejarte de reclamar. En dejar de verte como el peor año de todos. Me tardé en decirte “querido”.

Querido, 30.  Gracias por todo. Gracias por darme una historia increíble en lugar de una historia perfecta.

Mi más querido, mi muy querido 30. Te quiero mucho. Y bienvenido, 31.


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